AddThis

¿A cuánto la inmortalidad?

Hoy por hoy, la muerte es bastante equitativa. Aunque existen las formas más variadas de llegar a ella, el resultado sería el mismo. 

Ahora bien, ¿qué pasará cuando a través de la tecnología la muerte tal como la conocemos comience a ser desafiada? 

Cuando la primera y más rudimentaria forma de inmortalidad salga al mercado, es probable que sea bastante cara. Seguramente habrá desprevenidos que, desconociendo la novedad, hayan gastado sus ahorros en una computadora o un auto nuevo. 

-¿Y por qué no lo venden y compran la inmortalidad?

-¿Quién te va a dar un mango por un auto pudiendo comprar la inmortalidad?

Caos. 

La inmortalidad trastocará la economía. Familias ante la encrucijada de decidir cuál de sus integrantes merece la inmortalidad, ya que solo alcanza para uno de ellos. Contrabandistas que venden versiones más baratas de inmortalidad fabricadas en China. Candidatos a presidente que prometen la inmortalidad para todos, aún sabiendo que las empresas no lo permitirán.

Más tarde, el precio comenzará a bajar y antes de que puedas decir pastel de arándanos, cualquier idiota podrá hacer fila para comprar la nueva versión de inmortalidad el día de su lanzamiento. 

-Pastel de arándanos. 

Tal vez no tan rápido, pero muy rápido. Hasta que finalmente abunden los locales en los que por menos de lo que cueste un kilo de helado, la gente podrá descargar su cerebro en una computadora para vivir en un mundo digital. Pero para muchos, ya será demasiado tarde. 

Si alguna vez te amargaste por no poder pagar el precio de una entrada a un recital, un teléfono o un par de zapatillas, ¿te imaginás no llegar a la inmortalidad porque te faltan algunos billetes? 


Ponete en mi lugar

-Ponete en mi lugar.

-No puedo.

-¿Por qué?

-Porque estás vos, ¿querés que te pise?

-No.

-¿Querés que te aplaste?

-¡No!

-¿Entonces?

-Me corro un segundo y te ponés en mi lugar.

-Dale, a ver...

-¿Y? ¿Qué pensás?

-Me gusta. 

-¿En serio?

-En serio, me lo quedo.

-Devolveme mi lugar.


-Ahora es mío. 



¿Hasta cuándo habrá autómatas humanos?

Cuando era chico alguna vez jugué a ser cajero de supermercado y recuerdo que me divertí bastante... por un rato. Ahora que presto atención a los rostros de los cajeros, me doy cuenta de que no parecen las personas más alegres. Por el contrario, algunas de las expresiones más desoladoras que vi en el último tiempo corresponden a ellos. 

Recuerdo una charla con un anciano matemático y programador, que estaba convencido de que todo trabajo que podía ser reemplazado por una máquina, debía ser reemplazado. 

-¿Por qué? 

-Porque sino, la persona que lo realiza se estaría comportando como una máquina. 

El primer temor que me surge al pensar en reemplazar personas por máquinas es la pérdida de los puestos de trabajo. Pero este simpático hombre de melena blanca y barba prolija no seguía burdos intereses capitalistas. Su deseo era sencillamente que las máquinas sirvieran para que las personas puedan realizar actividades más creativas. 

Siguiendo su razonamiento, el problema  entonces no serían las máquinas ni los robots sino las políticas de empleo. ¿Por qué no garantizar un trabajo más adecuado para un ser humano a las personas que están en condiciones de ceder su empleo a un robot?

En algunos países los supermercados ya empezaron a prescindir de los cajeros humanos, gracias a máquinas que facilitan que cada consumidor cargue su propias compras. Así, esta tarea se reparte entre todos y podemos evitar que algunas personas dediquen el día exclusivamente a pasar productos frente a un lector de códigos de barras. 

De cualquier modo, ya casi no compro en supermercados. Prefiero las ferias y los pequeños almacenes. 


Sé exactamente lo que quiero

Quiero darle a cada cosa el tiempo que se merece. Dormir cuando tenga sueño y despertarme sin despertadores. 

Quiero practicar la libertad de sentimiento, pensamiento y expresión. Y también de movimiento y de mirada. 

Quiero deshacerme del miedo, el odio y la mentira. Y tomar un jugo de pomelo para celebrar. 

Quiero aprender a no tener preocupaciones para poder desarrollar el arte de lo inesperado. 

Quiero disfrutar el presente, imaginar el futuro y respetar el pasado. Jugar con las palabras y con todo lo demás también.

Y, por supuesto, quiero muchas otras cosas.

Lo que no sé muy bien es como garcha empezar con todo esto.