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Diez motivos para no tener un revolver

Para no dispararle a los que hablan en el cine. 

Para no dispararle a los conductores que pasan semáforos en rojo. 

Para no dispararle a los productores de vegetales transgénicos. 

Para no dispararle a los funcionarios públicos corruptos. 

Para no dispararle a los soberbios y prepotentes, en general. 

Para no dispararle a los telemarketers si los encuentro. 

Para no dispararle al teléfono, en representación de los telemarketers. 

Para no intentar dispararle a Barack Obama y que me disparen sus asesinos. 

Para no dispararle a los que escuchan música fuerte en el colectivo. 

Para no dispararle a los idiotas que me caen mal no sé bien por qué. 


Ilustración ByGermy

Aquí está el problema

-¡No es mi problema! 

-Y sin embargo te afecta.

-Pero yo no hice nada.

-Tampoco hiciste nada para nacer... pero acá estás. 

-De cualquier modo, el problema es más tuyo que mío. 

-¿A sí? ¿Con qué regla lo estás midiendo? 

-Yo hubiera hecho otra cosa.

-Pero no la hiciste.

-Me quiero ir.

-¿A dónde?

-¡Basta! Te quiero golpear.

-Y sabés que el problema seguirá ahí.

-¿Entonces qué hacemos?

-¡Al fin nos empezamos a entender!

La piedra

Muchas veces moví piedras sin que nadie me agradeciera por hacerlo, pero hoy resultó diferente. 

Estaba sentado junto a una mesita redonda de plástico con dibujos de helados, enfrente de un kiosco, y un auto se estacionó al lado de una piedra de modo que imposibilitaría que la acompañante abriera la puerta. 

Cuando me di cuenta de lo que iba a pasar, lo primero que pensé fue en avisarles antes de que apaguen el motor. Pero no se me ocurrieron los gestos adecuados. Pensé que me mirarían con cara de "qué, no te entiendo" y esa es una cara que no me gusta. Después pensé que mejor no les avisaba, total quién me manda a meterme. Pero era medio jodido de mi parte. 

También podría haberles avisado con palabras. A pesar del ruido del tráfico, si levantaba la voz por ahí me escuchaban: 

-¡No abras la puerta! 

-¿Qué?

-Tenés una piedra al lado, no abras la...

Pum. Un rayón o un bollito, volver a arrancar el auto y adelantarse para que la señora pudiera bajar. Igual, no sé por qué pero ni siquiera pensé en avisarles con palabras. 

Lo que hice fue levantarme, dar unos pasos, agarrar la piedra y moverla unos centímetros. En el camino me pregunté por qué estaba esa piedra ahí. ¿Estaba tapando algo? ¿Alguien la puso para cumplir alguna función que yo no llegaba a entender? No me pareció.

Tampoco sé si tomé la decisión más apropiada. Seguramente cuando me acerqué se intrigaron, pero no me importó porque no los estaba mirando. La mujer pudo abrir la puerta, se bajó y me agradeció amablemente. El tipo se quedó en su asiento pero también me agradeció con un gesto y una sonrisa. Me cayeron bien. Tal vez eran asesinos o violadores, pero en ese momento no se me ocurrió preguntarles. 

¿Cualquiera hubiera hecho lo mismo? No creo. Si en ese momento no me hubiera sentido de buen humor, probablemente hubiera tomado otra decisión. Incluso en ese mismo instante, si en lugar de un simpático auto viejo estacionaba una camioneta ostentosa con gente desagradable, por ahí dejaba que se jodan. Tampoco era tan grave. 

Pienso que después de la gente del futuro, incluso después de que ya no haya otros animales ni plantas, las piedras van a existir un tiempo más. 

Pero van a estar al pedo. 


Esto no es una queja

Me resulta comprensible que los niños pequeños se quejen ya que aún no cuentan con herramientas culturales para expresarse de formas menos desagradables. Un poco más molesto se torna cuando lo hacen los ancianos aún no seniles, en lugar de aceptar la responsabilidad por su larga vida de frustraciones. Pero lo que me da bronca es cuando lo hacen los adultos en pleno uso de sus facultades mentales. 

Los quejosos y quejosas se quejan porque hace frío en invierno y porque hace calor en verano. Porque no tienen dinero para comprar ropa nueva o porque subió el precio de la nafta para el avión privado. Porque no hay hombres en el mundo o porque en la calle las miran demasiado. Porque son todas histéricas o porque son demasiado putas. Incluso hay personas que se quejan de que las cosas ya no son como eran antes. ¿En serio creían que el mundo iba a dejar de girar para ellos?

El peor tipo de queja es la que se usa solo para llenar un hueco. Vecinos quejándose en el ascensor. Oficinistas quejándose en los pasillos. Jubilados quejándose en la fila del banco. Todos quejándose en facebook. 

Quejarse es muy distinto de reclamar lo que se cree justo o manifestarse cuando un derecho es avasallado. Quejarse no es expresar disgusto, desacuerdo o malestar por una situación. Quejarse es andar lloriqueando por ahí, jugando el papel de víctima. Quejarse es no tener ideas ni sensibilidad para encontrar alternativas más elegantes. 

Los defensores de las quejas alegarán que son inherentes a la condición humana, que todos se quejan en algún u otro momento. Invocarán a Jesús: el que esté libre de quejas que tire la primera piedra. Y así, amparados en débiles argumentos, seguirán regodeándose en sus mocos. 

Pero yo quiero un mundo sin quejas. Aunque lleve tiempo y no sea fácil, el experimento es simple: dejar de quejarse. Al menos para probar y ver qué pasa.  Seguramente al principio se nos va a seguir escapando alguna que otra queja, pero siempre va a haber algún amigo para decirnos: ¡No te quejes, idiota! 


¿A cuánto la inmortalidad?

Hoy por hoy, la muerte es bastante equitativa. Aunque existen las formas más variadas de llegar a ella, el resultado sería el mismo. 

Ahora bien, ¿qué pasará cuando a través de la tecnología la muerte tal como la conocemos comience a ser desafiada? 

Cuando la primera y más rudimentaria forma de inmortalidad salga al mercado, es probable que sea bastante cara. Seguramente habrá desprevenidos que, desconociendo la novedad, hayan gastado sus ahorros en una computadora o un auto nuevo. 

-¿Y por qué no lo venden y compran la inmortalidad?

-¿Quién te va a dar un mango por un auto pudiendo comprar la inmortalidad?

Caos. 

La inmortalidad trastocará la economía. Familias ante la encrucijada de decidir cuál de sus integrantes merece la inmortalidad, ya que solo alcanza para uno de ellos. Contrabandistas que venden versiones más baratas de inmortalidad fabricadas en China. Candidatos a presidente que prometen la inmortalidad para todos, aún sabiendo que las empresas no lo permitirán.

Más tarde, el precio comenzará a bajar y antes de que puedas decir pastel de arándanos, cualquier idiota podrá hacer fila para comprar la nueva versión de inmortalidad el día de su lanzamiento. 

-Pastel de arándanos. 

Tal vez no tan rápido, pero muy rápido. Hasta que finalmente abunden los locales en los que por menos de lo que cueste un kilo de helado, la gente podrá descargar su cerebro en una computadora para vivir en un mundo digital. Pero para muchos, ya será demasiado tarde. 

Si alguna vez te amargaste por no poder pagar el precio de una entrada a un recital, un teléfono o un par de zapatillas, ¿te imaginás no llegar a la inmortalidad porque te faltan algunos billetes? 


Ponete en mi lugar

-Ponete en mi lugar.

-No puedo.

-¿Por qué?

-Porque estás vos, ¿querés que te pise?

-No.

-¿Querés que te aplaste?

-¡No!

-¿Entonces?

-Me corro un segundo y te ponés en mi lugar.

-Dale, a ver...

-¿Y? ¿Qué pensás?

-Me gusta. 

-¿En serio?

-En serio, me lo quedo.

-Devolveme mi lugar.


-Ahora es mío. 



¿Hasta cuándo habrá autómatas humanos?

Cuando era chico alguna vez jugué a ser cajero de supermercado y recuerdo que me divertí bastante... por un rato. Ahora que presto atención a los rostros de los cajeros, me doy cuenta de que no parecen las personas más alegres. Por el contrario, algunas de las expresiones más desoladoras que vi en el último tiempo corresponden a ellos. 

Recuerdo una charla con un anciano matemático y programador, que estaba convencido de que todo trabajo que podía ser reemplazado por una máquina, debía ser reemplazado. 

-¿Por qué? 

-Porque sino, la persona que lo realiza se estaría comportando como una máquina. 

El primer temor que me surge al pensar en reemplazar personas por máquinas es la pérdida de los puestos de trabajo. Pero este simpático hombre de melena blanca y barba prolija no seguía burdos intereses capitalistas. Su deseo era sencillamente que las máquinas sirvieran para que las personas puedan realizar actividades más creativas. 

Siguiendo su razonamiento, el problema  entonces no serían las máquinas ni los robots sino las políticas de empleo. ¿Por qué no garantizar un trabajo más adecuado para un ser humano a las personas que están en condiciones de ceder su empleo a un robot?

En algunos países los supermercados ya empezaron a prescindir de los cajeros humanos, gracias a máquinas que facilitan que cada consumidor cargue su propias compras. Así, esta tarea se reparte entre todos y podemos evitar que algunas personas dediquen el día exclusivamente a pasar productos frente a un lector de códigos de barras. 

De cualquier modo, ya casi no compro en supermercados. Prefiero las ferias y los pequeños almacenes. 


Sé exactamente lo que quiero

Quiero darle a cada cosa el tiempo que se merece. Dormir cuando tenga sueño y despertarme sin despertadores. 

Quiero practicar la libertad de sentimiento, pensamiento y expresión. Y también de movimiento y de mirada. 

Quiero deshacerme del miedo, el odio y la mentira. Y tomar un jugo de pomelo para celebrar. 

Quiero aprender a no tener preocupaciones para poder desarrollar el arte de lo inesperado. 

Quiero disfrutar el presente, imaginar el futuro y respetar el pasado. Jugar con las palabras y con todo lo demás también.

Y, por supuesto, quiero muchas otras cosas.

Lo que no sé muy bien es como garcha empezar con todo esto.



¿Cuál es el plan?

-¿Cuál es el plan? 

-Ir más rápido. 

-Sí, pero ¿para qué? 

-Para producir más. 

-Está bien, pero ¿para qué? 

-Para tener más riqueza y más conocimiento... más rápido.

-Sí, sí... ¿Pero para  qué?

- Para... poder colonizar otros planetas. 

-¡¿Otros planetas?! ¿Para? 

-Para tener a dónde ir cuando explote la Tierra... o se vuelva inhabitable. 

-Entiendo... Pero, ¡¿para qué?!

-¿Para seguir viviendo?

-¿Solo para eso? 

-¿Te parece poco?

-¿Entonces somos una plaga? 

-¡Pero qué plaga!


Alguna vez hubo personas que fumaban tabaco

Aunque les cueste creerlo, les aseguro que es verdad: incluso entrado el siglo XXI d.C., aún hay personas que inhalan y exhalan humo voluntariamente. Cigarrillos y pipas son los dispositivos diseñados para realizar tal excentricidad e imagino que  podrán encontrar algún ejemplar en los museos. 

Cuando era chico, este hábito me parecía ridículo e incomprensible ya que, como es de imaginar, es perjudicial para la salud. ¿Cómo alguien podría dañarse voluntariamente? ¿Son tontos?  ¿Por qué directamente no se suicidan? 

Sin embargo, por una desafortunada conjunción de factores, yo también sucumbí a la tentación y me convertí en un fumador. No culpo a las seductoras publicidades, ni a los carismáticos personajes cinematográficos y literarios que fuman, ni a los amigos que me convidaron los primeros cigarrillos. Fue mi decisión y asumo toda la responsabilidad. 

Al principio me resguardaba en la escasa dosis: "Dos cigarrillos por día no pueden ser tan malos". Pero casi sin darme cuenta, dos se tranformaron en cinco, cinco en diez y diez en veinte. Incluso los treinta cigarrillos de los peores días no parecían tanto en comparación con los sesenta que fumaban algunas personas de generaciones anteriores.  Además, si fumar hace tan mal, ¿por qué hay tantos ancianos que fuman?

El problema con el cigarrillo es que un fumador no solo fuma cuando está triste sino también cuando está contento, pasando por todos los estados intermedios. No solo fuma para combatir la angustia y ansiedad sino para acompañar los momentos de felicidad y relax. Cualquier momento y lugar parece el adecuado para echar humo. 

Sin embargo, estoy decidido a dejar de fumar. Aunque sé que no va a ser fácil, desempolvé mi oxidada fuerza de voluntad y estoy seguro de que esta vez lo voy a conseguir. Lo que más me entusiasma es poder experimentar los cambios: volver a sentir con plenitud los aromas, recuperar la capacidad pulmonar, dejar de apestar y, sobre todo, volver mirar por encima del hombro a los idiotas que todavía fuman. 

Lo único que lamento de dejar de fumar es que ya no voy a poder prender un cigarrillo para festejarlo. 


Hola, gente del futuro


A veces pienso cómo van a ser.

¿Van a tener chips adentro de la cabeza? 

¿Van a viajar a otros planetas de vacaciones?

¿Van a ser capaces de surfear el tiempo atrás y visitarnos? 

Tenemos muchas preguntas sobre ustedes, gente del futuro. 

¿Van a lograr vencer a la muerte?

¿Van a descifrar los misterios del universo?

¿Van a encontrar un sentido a la existencia?

Ojalá no se olviden de nosotros, gente del futuro.

¿Van a ser más sinceros que nosotros?

¿Van a ser más flexibles que nosotros?

¿Van a ser más felices que nosotros?

Espero que sí, gente del futuro. 

¿Van a encontrar estas palabras?

¿Van a entender este lenguaje?

¿Acaso siquiera van a existir?

Son muy intrigantes, gente del futuro.